Con la llegada del nuevo año, muchas personas se proponen largas listas de objetivos y metas para cumplir en los próximos 365 días. Muchos de ellos ni siquiera llegan a iniciarse o a intentarlos, otros son los típicos establecidos y genéricos que se proponen la mayoría de personas. Lo que es cierto es que su no cumplimiento puede generar una gran carga de conciencia y frustración al ver que no dan sus frutos o que ni siquiera se han intentado. Nos pasamos los primeros días del año cumpliéndolos obsesionados y poco a poco empezamos a posponer esas situaciones y nuevos hábitos. ¿Por qué pasa esto?La zona de confort es el espacio personal en el que llevamos a cabo nuestras conductas a través de las estrategias y actitudes con las que nos sentimos cómodos día a día. Es nuestra rutina, con las cosas que nos sentimos cómodos y que hacemos de forma casi automática. Es un estado mental en el que estamos poniendo en marcha todas esas conductas para sentirnos agusto, pero también todas aquellas que tienen que ver con la evitación de todo aquello que es nuevo, desconocido, que nos genera incertidumbre y que conlleva riesgos. Estamos constantemente evitando cambios. Se compone de las conductas aprendidas, las que nos hacen sentir seguros, felices y confortables en el desarrollo de nuestras normas. Dejarla atrás para introducir cambios no es fácil. En muchas ocasiones podemos quedarnos estancados y atrapados en ella, impidiendo encontrar los retos estimulantes, limitando nuestras herramientas para el cambio y nuestras ganas de crecer o avanzar. Esta sensación de bloqueo puede ocasionar apatía, pérdida del interés, pérdida de la ilusión y sentimientos de frustración, vacío y bloqueo. En resumen, no es una buena compañera para los cambios y los nuevos objetivos, si nos quedamos en ella y pretendemos que desde ahí vamos a poder avanzar hacia nuevos proyectos. Además, la mayoría de las veces, no es solo cuestión de que salir de la zona de confort es complicado y requiere de un gran esfuerzo, establecemos propósitos inadecuados y poco realistas. No podemos escogerlos solo desde el deseo y la visión ideal de la vida que imaginamos, también debemos de tener presente nuestra realidad. También cometemos el error de establecer objetivos con los que no estamos comprometidos, con los que no congeniamos ni conectamos. Y por supuesto, procrastinamos. La mala gestión del tiempo nos hace desmotivarnos más y más. Lo primero es tener en cuenta que no todos los objetivos y propósitos sirven para todas las personas. Para poder llevar a cabo un cambio en la vida debemos ser específicos y consecuentes con nuestra realidad y características vitales, con nuestras herramientas y nuestras circunstancias, es decir, debemos plantearnos objetivos que podamos cumplir aunque requieran esfuerzos. Tenemos que:
También es importante tener en cuenta la temporalidad de los objetivos. Si establecemos metas que miran muy a largo plazo la frustración está asegurada. Se supone que nos planteamos estos objetivos para cumplir durante este año, no objetivos que ya representan nuestra visión ideal de la vida. Además si establecemos objetivos a corto plazo estaremos evitando caer con mayor facilidad en posponer estas actividades. Es de gran ayuda utilizar un calendario, no solo para recordar cada objetivo e ir fijando diferentes planes de acción, si estamos en contacto con algo que nos recuerda estos propósitos de forma diaria, que vemos y que está presente, será más difícil también olvidarnos de ello o hacer la vista gorda. Se dice que los primeros días del año son los mejores para iniciar nuestras nuevas metas, tenemos la sensación de haber hecho reset con el pasado y una mayor motivación personal. Empieza inmediatamente con ellos, si evitas posponerlo los primeros días te será más fácil ir avanzando el resto. Por último, debemos tener también establecido un plan de acción para cada objetivo. Es decir, si solo planteamos los objetivos y los subobjetivos, pero no pensamos en cómo los llevaremos a cabo de poco no servirá cuando tenemos que meterlos en nuestra rutina. Introducir nuevas tareas, actividades, hábitos y conductas en la vida requieren de una restructuración de nuestro tiempo. No podemos ponernos como objetivo ir al gimnasio tres veces a la semana, sin haber valorado qué días y en qué horario podemos realizar esta actividad con nuestras circunstancias del día al día (hijos, trabajo, estudios, vida social…). Al igual que si nuestros objetivos van enfocados a cambios personales en la forma de comportarnos o sobrellevar ciertas actitudes debemos especificar, qué cambios, en qué circunstancias, pero también qué medidas vamos a llevar a cabo (acudir a terapia para aumentar la asertividad, realizar meditación, aprender técnicas de relajación, etc.). Al final, muchas veces nos culpamos de no tener fuerza de voluntad y nos marchamos hasta llegar a sentir muchísima frustración poniendo el foco del problema en no realizar nuestras metas, cuando el problema viene de mucho atrás, su origen está en cómo lo iniciamos o en qué nos exigimos.
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