Los adultos tenemos la tendencia de comparar muy a menudo, y lo solemos hacer de modo inconsciente ya desde el momento en el que comparamos al niño con otros miembros de su familia. Si además hay hermanos, seguramente no podamos evitar que cuando llegan las rabietas, si uno se porta bien y el otro no, acabemos por decirle “mira qué bien se comporta tu hermano y lo mal que lo estás haciendo tú”, lo que puede extrapolarse a todo niño que no sea familiar del pequeño pero esté siendo evaluado por el resto de adultos. Puede que no le sepamos dar a este tipo de comentarios la importancia adecuada, pero lo que están haciendo es adjudicar a los niños – sin que nos demos cuenta – etiquetas que acaban por quedárseles grabadas en la mente y algo que nos puede parecer un comentario sin importancia para ellos puede ser algo fundamental durante el resto de sus vidas. Los adultos debemos tener en cuenta que nuestro rol es el de potenciar las capacidades del pequeño sin menospreciarlas puesto que aún las está practicando, y tenemos que inspirarlos consiguiendo generar ambientes que sean resulten estimulantes y divertidos para ellos sin exigirles que hagan lo que nosotros queramos, pues sólo desde la propia voluntad pueden descubrir la felicidad de los logros cumplidos, debemos defenderlos y respaldarlos cuando reciban el tipo de comentarios del que acabamos de hablar, o aquellas etiquetas que no hagan referencia a un acto en concreto sino a la identidad del niño -acabas de romper un adorno, o te preocupes, vamos a limpiarlo y la próxima vez tendremos menos cuidado va a ser siempre mucho mejor que siempre lo rompes todo, seguido de algún improperio. Pero hacer todo esto a veces no es suficiente. Los padres tenemos que tener claro que a veces los niños estarán tristes o tendrán otras emociones difíciles de gestionar y hay que permitir que puedan sentir esto y enseñarles la manera de gestionar estas emociones. Al final, todos podemos compararnos en algún momento con otra persona y sentirnos inferiores, pero es fundamental que conozcamos cuáles son nuestros puntos fuertes y poder tener la capacidad de relativizar. Mi amigo juega mejor al fútbol pero a mí se me da bien el inglésEl poder aceptar las fortalezas y las debilidades implica una madurez que los pequeños rara vez tienen, sobre todo porque sabemos que la autoestima se forma entre los cuatro y los seis años, aunque la veremos realmente hacia los ocho años de edad. Es precisamente durante esta época en que comienzan la primaria, en la que su socialización va unida al autoestima del pequeño. Además, en colegio suelen considerar que unas actividades son más importantes que otras (como suele suceder en la sociedad) y un niño que no tenga desarrolladas las habilidades “importantes” tanto como las “no importantes” se va a sentir poco valorado por sus c compañeros. Hay que tener también en cuenta que en una clase de primaria los niños no maduran todos a la misma velocidad ya que en ocasiones un niño de enero y otro de diciembre tienen una diferencia que, a esas edades, es muchísimo mayor de lo que podemos pensar, por lo que esto también puede jugar en su contra. Los padres y tutores somos su referencia: así, todo lo que les digamos a estas edades va a ser una certeza total para ellos. De ahí lo importante de diferenciar los actos de la identidad: no es lo mismo decir “eres desordenado” que “no has ordenado tu cuarto”. En Albiach psicólogos en Valencia podemos ayudar a los niños que tengan una baja autoestima a progresar y desarrollarse y, también, trabajamos con familias para que no se repita esta situación y que los niños empiecen a ganar confianza en sí mismos desarrollando una identidad sana y completa. |
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